viernes, 26 de noviembre de 2010

TRAGEDIA DEL CLAN GARAVITO

DIARIO DEL GALLO No 86
VIERNES 26 DE NOVIEMBRE 2010

MI TIO JUAN GARAVITO

Mi tío era un septuagenario que le fascinaba jugar Parqués con los sobrinos.  Se llamaba Juan Roberto Garavito pero los sobrinos cariñosamente le decíamos solo "Juanga".  A veces, Roberto Garavito, para despabilarlo.  Pero no se musitaba y sabía mantener su estado caballeroso.
Era el hombre más común y corriente en todo Bogotá.
Vestía de paño gris o negro con sombrero siempre, cada uno de los días del año.  Nunca le conocí otro color de zapatos que negro.  Era austero pero a la vez frugal.  Por eso le hacíamos ruedo en la tarde a la hora del juego.  Nos tenía comprados con su pasatiempo.
Juanga vivía en un cuartito  2 x 2 metros que le cedió su hermana Mercedes, mi abuela por parte de mi padre.
En las madrugadas y tarde en la noche para comprobar que estaba allí debiamos pegar la oreja a su puerta para escuchar el transistor que dejaba encendido.
Siempre me impresionó que mi tío  Juanga  fuera desinteresado por el dinero, aunque por los trajes que usaba y las corbatas deducía que no era un desdichado ni que se había quedado corto en nada.
A mi  me satisfacía era retarle cuando jugaba.  Acelerarlo un poco.  Tratar de verle de mal genio.  Los sobrinos eramos de edades seguidas.  Yo tendría algo así como 8 años.
Digo que me gustaba ponerle de mal genio porque cuando lo hacia, cuando él iba perdiendo la partida y nadie le prestaba atención a sus chocherías de como jugar diciplinadamente y seguir con pulcritud las reglas del juego, tumbaba la partida y se la llevaba.  Era otro niño. Nosotros estábamos brincando y riendo de todas las cosas que pudiese reír un infante, cosas que por cierto a él ya le había dejado de interesar hacia mucho tiempo.
Pero a él lo que le movía su circuito eran las partidas de parqués.  En eso era un maestro.  Sacaba ases seguido, cuando tiraba los dados no fallaba en ponerse números altos.  De modo que sus 4 fichas recorrían rápido el trayecto del parqués y de paso barrían, echando a la cárcel, a todo el que se atravesara en su camino.
Los sobrinos queríamos mucho a mi tío.  Nos fascinaba su paciencia y los momentos que nos dedicaba.  Juanga era un amigo más para nosotros.  Era el jefe del juego y eso lo divertía como a otro niño.
Veinte años más tarde me enteré de su fallecimiento que comparo con la peor tragedia familiar.
Juanga fue a reclarmar a su hermana algo que nunca se supo.  Era la única hermana que aún le quedaba con vida, pero al parecer la conversación se calento demasiado.
Ya los puedo ver, una anciana y un pobre viejo de 90 forcejeando.  Esa imagen casi que ni yo mismo me la creo.  Pero, fue verdad y el final de mi tío.
Del empujón había caído al suelo y allí había quedado muerto.    


Oscar Darío Velásquez Lugo
26-11.2010
Amsterdam


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