MIÉRCOLES 21 OCTUBRE 2015
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https://youtu.be/Y3Z6WlTGVkk
'No busqué en mis cuentos lavar el cerebro ni una excusa para ocultarme en ellos. Escribir es más que una trama porque al final el cuento toma vida y por si mismo se descubre
No hay persona en el mundo que no atesore un amigo -las mujeres a veces se descaran en el antiguo tema del "hombre es el que paga'-, tal y como era mi querido Gratiniano que ganó fama y repudio como Choco Chévere ó 'ese man' el Apretao.
Ese 'man' era diestro en tacañería.No hay persona en el mundo que no atesore un amigo -las mujeres a veces se descaran en el antiguo tema del "hombre es el que paga'-, tal y como era mi querido Gratiniano que ganó fama y repudio como Choco Chévere ó 'ese man' el Apretao.
Un pilo aventajado en el tema de ahorrase un céntimo.
Gratiniano era tan apretado que sus amigos aprendimos a no esperar nada de él y yo no se cómo era con las mujeres, aunque imagino igual... interés y mezquindad. Sin embargo no puedo negar que era bienvenido en fiestas y reuniones sociales. Una cosa era su ruindad peculiar y otra presenciar como contagiaba a la gente con sus chistes e ingenios..., verlo ponerse las manos en el pecho como si tuviera pareja y bailar Bachata estilizada ó deleitándose con el público recitando versos de Homero y Neruda genialmente dramatizados mientras aleteaba sus manos. Es por eso que lo pasaban por alto y disimulaba haciéndose el de las gafas cuando de pagar se trataba.
A la hora de pedir él si era el primero.
Gratiniano era inmaculado, fino y bien trajeado. Sus zapatitos brillaban lustrados, de camisillas planchadas al detalle y aunque uno estuviera dándole la espalda, presentía su cercanía por aquel leñoso aroma a colonia que sus prendas expelían.
Lo que a mi me robaba la atención y enfurecía, era su presunción y altanería combinada con ese sello personal que le imprimía. Su amanerado comportamiento y su falta de vergüenza los llevaba a tal extremo que a la hora de convidar reunía a reimundo y todo el mundo para ir a lugares dónde escasamente lo distinguían. Era entonces cuando Gratiniano compartía y se entregaba al máximo... qué contrariedad....
Uno luego descubría que aprovechando cada oportunidad, más por impertinencia que por coincidencia, armaba paseos o hacía de anfitrión a sabiendas que él no pagaría. Así era.
Un día un gringo puso en sus manos su finca para que fuese atendido como rey, dio dinero al encargado para que le sirvieran lo mejor, dejo su auto nuevo, sus caballos y ordenó velarán para que que pasase un inolvidable fin de semana.
Mister Gratiniano, inventó un círculo que nunca se cerraba: que giraba en torno a vivir de sus amplias risotadas, abrieron las puertas a presumir ser dueño de casas, fincas, invitar a restaurantes de lujo, ir de paseo en barco, viajar gratis y todo sin pagar un centavo.
Bueno amigo(a)s una vez dicho esto quisiera que aquí el cuento hubiera terminado. Pero lo que no puedo dejar sin contar es la anécdota cuando descubrimos su artimaña.
Una noche como cualquiera fuimos a tomar cerveza a un bar estando presente Gratiniano. Íbamos a hacer vaca, que para los que no me entienden este dicho colombiano, es partir la cuenta en partes iguales, el famoso Dutch Treat que conoce todo el mundo.
Después de varias rondas y haber pasado un rato agradable llegó la hora de cancelar. Y no sospecharán ustedes quien fue el primero en saltar y vociferar que no tenía ni para el tranvía, pues sí, fue el amarrado de Gratiniano. El resto de bebedores dimos lo pactado. En la confusión y algarabía que este momento de pagar siempre origina, después de hacer un fallido intento de buscar en sus bolsillos por rastros de dinero o monedas, aturdido en la intención de sacar un papel para anotar un teléfono de una chica, introdujo sus dedos en los bolsillos traseros de su pantalón. De allí sacó su móvil y miro sorprendido de que no encontrase nada, luego pasó a los de adelante y tampoco. Se le había extraviado el papelito que buscaba.
De repente, con una habilidad inesperada, palpó y metió sus dedos índice y pulgar en el bolsillito que tienen los jeanes para las monedas y advirtiendo tarde su acción involuntaria, sacó un billete nuevo de 50 euros meticulosamente doblado hasta un tamaño de un centímetro de grande. Pretendió meterlo sin que le viéramos. Pero ya era tarde, no le avasallamos como fieras. Ya no había vuelta atrás. Entre los tres le doblamos el brazo hasta que cayó al piso doblegado, le sacamos el billetito bien planchado y pagamos la cuenta de todos. Quedó como una estatua primero pálido tirado en el piso de pensar que tuvo que pagar la cuenta y luego sonrojado de la pena, habíamos descubierto el tesoro del principito.
Sanguijuela! Cojudo!
Jamás salgas con nosotros, miserable amarrao!
Baboso..., se escuchó decir en un salpicón de latinismos que ahora era el grito de aquel conjunto enojados.
Oscar Darío Velásquez Lugo
21-10-2015
Amsterdam
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