MUIXCATONE AND PAUL VAN LOON.(Dutch writer) |
HAROLD LARA VEGA, EL ARTISTA CÓSMICO,
A la memoria
MARILYN POR EL MAESTRO HAROLD LARA VEGA AMSTERDAM |
El domingo en la mañana, tan solo unas cuantas horas
después de la cremación, me sentí
cansado. Me azotaba el disgusto, estaba
afligido, sentía una gran pesadumbre. Me
embriagaba un nerviosismo irracional. Había
despertado consumido en un estado de paranoia incontrolable. Mi cabeza estaba hecha añicos… ansiedad,
depresión, psicosis aguda. La muerte
repentina de mi amigo Harold Lara Vega me tenía descorazonado. Sentía el ánimo devastado por la impotencia, sin
aire y sin un soplo de aliento parecía un muñeco de trapo.
A pesar de la nostalgia, logré sobre ponerme al
sentimiento para narrar algunas anécdotas que tuvimos con Harold Lara Vega, que
son el puente y pie de esta historia alrededor del maestro de arte Colombo holandés.
Esa misma mañana cuando me levanté, sin pensar, me
dirigí hasta la habitación principal,
donde hay una cama, armario, mesa de noche y un espejo sin colgar. Es allí donde posé desnudo frente al espejo para ojearme de
cuerpo entero. Ultimamente,
por esquivar cualquier acto comandado por la vanidad, había evitado contemplarme,
hasta el punto que hoy me sentía excéntrico estando allí parado.
Me observé al detalle, planta de los pies, sobacos,
una revisión de arriba a abajo para encontrar algo, huellas de enfermedad,
huellas de un símbolo de fatalidad y muerte como había pasado con Harold. La última vez que salimos resultamos en un
bar del barrio Jordan, centro antiguo de Amsterdam, me había hecho creer que
era el hombre más saludable y consciente en términos de como alimentarse y que
es lo mejor para evitar problemas crónicos de salud. Por eso me extrañé conocí la fatalidad de repentina
muerte.
Buscaba algún
manchón, algún indicio de algo, un no se que, con no se cuál forma. Buscaba algo inverosímil con paciencia lógica. Manchas negras, moratones, no se...
pecas misteriosas. Alguna
anormalidad, una señal que considerará ajena en la espalda. Me puse los anteojos, estiré el cuerpo, el
pescuezo, desarrugué la piel y no veía nada anómalo.
Pasaron más de 10 minutos y aun seguía resuelto, valiente
empeñado en localizar cualquier deformación. Pensé, de cáncer, por descuido
nadie querrá dejar de existir.
Por eso, insisto en examinar el pecho, giré varias en mi periferia. Quería asegurarme que mi pellejo no mostraba descolorización
peligrosa. Recordé una idea que siempre me
acompaña… los colores de la piel, sobretodo en el rostro, son un indicador que en
el interior del cuerpo todo marcha bien.
Con tantos casos de cáncer brotando como hongos
silvestres, uno experimenta cierto pánico, y manía por esta enfermedad hasta el
punto de sentirse cerebralmente enclenque.
La imagen de Harold vivo, la foto impresa en mi
memoria de la última vez que conversamos paseaba por mi mente. Que ironía,
tanto equilibrio, expresión y belleza, tanta esperanza y hoy ya no estaba. Aquel inoportuno cáncer había consumido cada
célula, había descompuesto su cabeza, al final su cuerpo fue un ejemplo de un desbalance
físico. Hoy imagino, que además por los efectos
de la morfina, por la ausencia de líquidos y repulsión a la alimentación, sus
últimas horas debieron ser un infierno de fiebre. Imagino su últimos minutos de alucinación. Sin deseos de quererse marchar. Tampoco sabe uno nunca cómo ni cuando va a
caer. Uno anhela que la gente viva para
siempre. Por eso, mi desmoronamiento y
desconcierto el día anterior durante la faena de la cremación. Había tanto por crear…
por decir con arte y trabajo. Quién lo hubiera
podido predecir, Harold Lara Vega que nació en Sogamoso 1954 terminaría cremado en Amsterdam.
El artista, el
filósofo, aquel hombre y amigo había caído fulminado y sin tregua el 24 de
septiembre. No se que tan extraño es,
que su muerte sea el motivo de este relato cuyo fin es polichar con palabras y
avivar los recuerdos que me quedan de él.
Harold Lara fue un artista sencillo. Un hombre de pocas palabras a la hora de
hacer contacto, pero sorprendente conversador y convincente y abierto cuando
hablaba de temas en los que era letrado, pintura, técnicas de foto grabado, acuarelas,
litografías. Yo le conocí toda la vida
fumando.
Había egresado
de la Universidad de Nacional de Bogotá, donde estudió Bellas Artes y donde tuvo
oportunidad de dictar cátedras en la década de los 90.
Uno no puede
dimensionar la obra de Harold Lara Vega si no involucra su pasión por el arte andino,
la cosmogonía precolombina mutilada por
la conquista. A lo largo de los años, Harold
Lara Vega incursionó en cada uno de los rincones del arte plástico, hasta
llegar a sue tapa más madura, que es cuando explora fusionando sus pinturas en
oleo/acuarela con arte digital dirigido hacia lo comercial, arte que vendió por
muchos años en lo que yo llamaba su oficina, la plazoleta del Leidseplein, (como
dice el poeta Atawallpac, comprometiendo parte de su vision e integridad por
motivos estrictamente económicos).
Con Harold sabemos que detrás de cada pincelazo hay un
motor de vida, una nueva proyección del artista, una concepción valorable, un
concepto experimental, una interpretación de la vida y el ser. Sus ideas filosóficas sobre la pintura y el
arte están expresadas en colores vivos, pincelazos libres, descomplicados, que se resalta los cientos de rostros que pinto, o que
como al final, ensambló y recreo por medio de programas para el mundo digital.
Y es aquí donde esta la importancia y el incalculable
valor de sus experimentos artísticos. Su
obra nos pasa por el túnel del tiempo..
Harold es un artista visionario, un soñador que nos regala
conceptos nuevos de color, mezcla y fusión.
Un pionero del arte digital de la ciudad. Las calles de Amsterdam renacen una y otra
vez fusionadas con oleo y la acuarela.
Harold dedicó su vida a portretar esta antigua ciudad
como ningún pintor holandés lo ha hecho jamás.
Esto es lo que conlleva a pensar en su grandeza. Sin
saberlo nos vemos enlazado en sus colores
y mundo de rostro e imagenes que enriquece con el fondo agradable de Amsterdam. Harold es precursor y padre, sin exagerar,
del arte digital sobre Amsterdam.
De la amistad quedaron muchas memorias que hoy parecen
bifurcarse entre el ayer y el mañana.
Del primer encuentro con el artista recuerdo bien sus blue jeans viejos y desteñidos, aquellas botas de color amarillo
desierto que le hacían lucir como un texano.
Era flaco y precavido, de pelo negro
grueso, blanquiñozo y tenía surcos bien marcados a lado y lado de su rostro, lo
que agregaba madurez a su apariencia y hacia de tez un hombre de carácter serio.
Me llamo Harold,
me dijo esa tarde. Soy nacido en
Sogamoso, boyacense, de la tierra del cacique Sugamuxi, de pura cepa y usted?
-Bogotano, hijo de Zipa y el Zaque, contesté.
Seguramente nos reímos, y a carcajadas porque también disfrutaba reía
con ganas.
Yo pienso que en esas primeras palabras quedó
estrechada nuestra amistad. El sello de
ese primer encuentro fue inolvidable para ambos.
Lo que recuerdo es que tan pronto como nombró el lugar
de su nacimiento sentí que concertábamos como compatriotas en un mundo distante. Yo tampoco llevaba mucho tiempo por acá. Así fue como se abrió el camino de una interminable conversación sobre conceptos, filosofía
y arte que perduró hasta el año pasado,
la última vez que le ví con vida. Hoy me
da fuerza saber que nuestra pasión por el arte trenzó un lazo que el tiempo nunca
marchitó.
Es así como resultamos trabajando en equipo, primero
para una revista. Harold fue siempre
emprendedor. Nuestro primer trabajo en conjunto fue para una revista
latinoamericana, el Papagayo. Yo participé
con la escritura y él con la parte gráfica que era en ese entonces uno de sus
hobbies preferidos. Esto nos llevó a un
Segundo proyecto, Taller Arte Xua. (revista con textos sobre mitología e historia del hombre precolombiano colombiano,
donde nuevamente él se encargó de ilustraciones y parte gráfica y yo de los escritos.
Yo tenía pocos años viviendo en Amsterdam cuando nos presentó
un dibujante con quien compartían apartamento junto con otros latinoamericanos. Esta Amistad marcó mi nueva etapa, un nuevo despertar en Holanda,
pues yo acababa de pasar mi período de adpatación holandeza por el que todo extranjero
debe pasar.
Volver a frecuentar el ambiente latinoamericano fue reencontrarme
conmigo mismo, y descubrir mi nuevo yo en suelo europeo. Nacía el nuevo yo en la metrópoli Amsterdam.
Lo nuevo era el desahogo, liberar ese espíritu que nos
tipifica como latinos y que sufría en el
encierro y desolación en el que viven
los nórdicos.
A decir verdad, la amistad con Harold siguió el mismo
paralelo, tal y como también aconteció, con
el poeta peruano ‘Atawallpac’ Diez Salazar, una amistad que el destino tenía orquestada, créalo
usted o no lector, pues juntos recorrimos la misma vía, vida, arte, concepción.
Oscar Darío Velásquez Lugo
Amsterdam septiembre 2017
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